Arabia Saudita se prepara para vivir sin depender del petróleo
Los líderes de Arabia Saudita se han impuesto un reto de grandes proporciones: desmantelar el mayor petroestado del mundo.
El octogenario rey Salmán bin Abdulaziz al Saud, el último de los hijos del fundador de la moderna monarquía saudita, encomendó a su hijo de 30 años, el príncipe Mohamed bin Salmán, una tarea titánica: reorganizar este Estado musulmán conservador y reacio al cambio rápidamente. «La generación más joven está asumiendo el control. Él es su representante», dice Jean François Seznac, profesor de la Universidad de Georgetown que estudia los gobiernos árabes.
Desde 1938, cuando descubrió crudo en su territorio, el reino se ha convertido en uno de los ejemplos paradigmáticos de la era del petróleo. Los miles de millones de barriles de crudo que Arabia Saudita ha extraído y vendido al mundo desde entonces han forjado la economía, la política y la sociedad de maneras que podrían ser difíciles de cambiar.
Los ciudadanos sauditas disfrutan de enormes descuentos en los precios de la gasolina, el agua y la electricidad. La vivienda es subvencionada y el gobierno financia la salud y la educación. Las empresas han dependido de la energía barata y del acceso expedito a la mano de obra foránea.
A cambio, la familia real espera una dócil aceptación de su liderazgo. Sin embargo, este pacto social se está resquebrajando, y no sólo por la caída de los precios del petróleo.
Las tendencias demográficas son abrumadoras. Un estudio del Instituto Global McKinsey estima que para 2030 el número de sauditas mayores de 15 años aumentará en unos seis millones, incorporando unas 4,5 millones de personas a la fuerza laboral. La cifra aumenta si las mujeres empiezan a trabajar en mayores cantidades.
Los cálculos de McKinsey implican que la población adulta se duplicará, lo que tendrá el doble efecto de estirar hasta el extremo el sistema de beneficios gratuitos y subsidios que protege a la población y exigir la creación de casi tres veces el número de puestos de trabajo que el país generó durante el auge petrolero que se prolongó de 2003 a 2013.
Para responder al desafío, el gobierno contempla una amplia diversificación de la economía, desde privatizar partes de em-presas públicas, empezando con la venta de hasta 5% del coloso petrolero Aramco, a enfatizar la producción de productos refinados de mayor valor agregado como gasolina y productos petroquímicos, desarrollar el turismo y sentar las bases de una industria manufacturera. Altos funcionarios del gobierno declinaron dar entrevistas para esta nota.
A medida que se conocen más detalles del plan, más segmentos de la sociedad muestran su incomodidad. La archiconservadora clase clerical critica la intención del gobierno de ampliar la participación de las mujeres en el trabajo público. Las empresas, que se han beneficiado durante décadas de los subsidios a la energía y la importación masiva de millones de empleados extranjeros, se resisten a reemplazarlos con trabajadores sauditas más caros y enfrentar un mercado más competitivo.
«Es un nuevo paradigma. Estamos entrando en territorio desconocido», dijo Hossein Shobokshi, un empresario de la ciudad de Yeda, en una reciente conferencia patrocinada por Euromoney.
Uno de los principales desafíos no es sólo crear más puestos de trabajo en el sector privado, sino convencer a los jóvenes sauditas a que los acepten. Es una tarea especialmente difícil en áreas como las ventas minoristas y los empleos de reparación y gestión de bajo nivel, que durante mucho tiempo han sido ocupados por extranjeros dispuestos a trabajar largas horas por poco dinero. Ahora, el gobierno saudita está devolviendo a esos trabajadores a sus países de origen y tratando de que los sauditas ocupen su lugar.
Esta política, conocida como «saudización», es uno de los objetivos más firmes del gobierno, a pesar de que campañas previas para sustituir a los extranjeros en los puestos de venta de los mercados de verduras y en las tiendas de joyería, fracasaron.
El desarrollo del turismo es otro de los objetivos del gobierno. Es un área en la que el profundo conservadurismo religioso de la sociedad ha hecho causa común con una potente industria de la construcción alimentada por los ingresos petroleros.
Anualmente, durante la peregrinación, la ciudad santa de La Meca atrae a decenas de millones de visitantes. Las grandes empresas de construcción de Arabia Saudita, controladas por familias conectadas con el poder, han hecho fortunas construyendo hoteles de lujo y centros comerciales para esas multitudes.
Las ciudades sagradas musulmanas están fuera del alcance de los no musulmanes. El reino aún no emite visas de turistas, aunque las autoridades dijeron que esperan comenzar pronto a hacerlo.
Algunos impulsores de turismo quieren convertir al país en un destino internacional que se pueda visitar todo el año. Pero el clero ha presionado muchas veces para demoler monumentos y lugares históricos, que desde el punto de vista de su austera versión wahabista del islam son distracciones de Dios y su profeta.
El mayor desafío tal vez sea construir una base manufacturera diversificada. Esto es particularmente difícil en una economía donde la inundación de petrodólares eleva el precio de la mano de obra y encarece otras exportaciones.
En los casos en que Arabia Saudita pudo crear empresas exitosas a nivel mundial al margen de la exportación de crudo -como en petroquímica o la producción de aluminio- se apoyó en ventajas como la energía barata.
Estos modelos de negocios, altamente subvencionados por el Estado han sido «de creación de riqueza» para sus propietarios más que de «creación de valor económico», dijo Iyad al Zaharnah, director del Centro de Innovación de la Universidad Rey Fahd de Petróleo y Minerales. «Ninguno de esos modelos incentiva la innovación. Sabíamos que esto tenía que cambiar» en algún momento, concluyó.