Poder y petróleo: qué mirar a la hora de proyectar el mercado
El año 2017 recordó por qué la energía cobra un peso cada vez más importante a nivel geopolítico.
Tras concluir la célebre Conferencia de Yalta, en febrero de 1945, el avión de Franklin Delano Roosevelt no fue directo a Washington. Hizo escala en Egipto. A bordo del USS Quincy, un crucero estadounidense anclado en el Gran Lago Amargo, puerta meridional del Canal de Suez, lo esperaba el rey Abd al-Aziz Ibn Saud. Por primera vez, un presidente de los Estados Unidos se reunía con el rey de Arabia Saudita.
Cinco horas y media duró el encuentro, con un intérprete como único testigo. No hubo documento final. Tampoco registro oficial de lo conversado, solo alguna versión parcial a posteriori de William A. Eddy -designado nexo con Riad por la Casa Blanca- y una carta del propio Roosevelt, quien murió dos meses después. Desde ese momento, el Salón Oval no se apartó de la línea política de la familia real a lo largo de 12 presidencias, sin importar el partido o la ideología de quien ocupara la oficina. Un pacto sin firmas por el cual Washington protegía la soberanía e independencia de los saudíes a cambio del compromiso real de reservar la explotación de los yacimientos petrolíferos para las firmas estadounidenses.
Ya entonces quedó claro que el petróleo sería el insumo que dictaría los tiempos geopolíticos por venir. Y así fue. Durante décadas, el crudo alimentó guerras a lo largo y ancho del mundo, pero también un sinnúmero de conflictos internos, revoluciones, luchas fratricidas y golpes de Estado, todo teñido por una profunda e inquebrantable desigualdad. Como afirma Michael Klare en su libro Sangre y Petróleo, violencia y crudo se volvieron dos caras de un mismo fenómeno, en particular en países subdesarrollados: «Lo típico de estos sistemas es que las camarillas o los clanes dirigentes controlen el cobro y la distribución de los ingresos o rentas del petróleo, beneficiándose a sí mismos y a los instrumentos de la autoridad nacional -sobre todo, los militares y la policía-, al tiempo que ignoran o reprimen a todos los demás».
«Tanto los recursos como los sistemas energéticos pueden constituir una de las razones principales en las guerras civiles, así como en los conflictos entre países. Los oleoductos libios y los generadores de electricidad han sido campos de batalla y objetivos entre grupos enfrentados. Y, durante la Revolución Egipcia, también la energía representó un blanco a través de los asaltos a las líneas de gas y la infraestructura eléctrica, aunque no de un modo tan extenso como en Siria o Yemen», indica Paul Sullivan, profesor de la Universidad de la Defensa Nacional de los Estados Unidos. Para el especialista en Estudios de Economía e Industria Energética, no caben dudas: el contrabando de combustible puede financiar insurgencias y guerras civiles. «Lo hace, a nivel global», remata.
Lo que el mundo jamás calculó ver es que una de esas insurgencias, la más feroz de todas, se convirtiera en uno de los productores y comerciantes petroleros más prósperos, controlando pozos y exportando como si de un Estado se tratase. Luego reinvirtió esos fondos en una guerra sin límites y sin fronteras. La comunidad internacional lo conoció por sus siglas, más que por su nombre: ISIS.

Petroterrorismo

«Turquía es el principal consumidor de este petróleo robado a sus dueños, Siria e Irak», acusó el 1° de diciembre de 2015 el viceministro de Defensa ruso Anatoli Antónov, frente a un grupo de periodistas. «Los dirigentes turcos, incluido (el presidente Recep Tayyip) Erdogan, no reconocerán nada, ni siquiera si sus rostros están untados con petróleo robado. Su cinismo no tiene límite.»
Aunque luego terminarían aliados en el mismo conflicto, Ankara y Moscú se hallaban, entonces, en alianzas opuestas. Los turcos incluso habían derribado un avión de combate ruso, tras acusarlo de violar su espacio aéreo y no atender a las advertencias. En vez de devolver aquel golpe con fuego, el Kremlin apeló a un latigazo político, acusando al gobierno de Erdogan, y a su propia familia, de ser cómplices del enemigo global número uno.
Hacia fines de 2014, en su apogeo, el Califato llegó a controlar hasta el 60% de los recursos petroleros sirios y siete de los sitios productores de Irak. Su corazón era, en esencia, una cicatriz oblicua que surcaba los principales campos de crudo a lo largo de ambos países. Se estima que un promedio de 70.000 barriles diarios eran volcados por ISIS al mercado negro a un precio menor al ya bajo costo internacional, entre u$s 26 y u$s 35 el crudo pesado. Dado que los intermediarios colocaban ese mismo barril a u$s 60 o más en destino, el negocio valía el riesgo. Más aún si lo que cargaban en las cisternas eran galones de crudo refinado, dado que el precio se duplicaba. En promedio, un camión transportaba hasta 150 barriles de crudo por viaje. Y hay registros de caravanas de 30 camiones atravesando las rutas del Califato.
Semejante nivel de producción ubicaba a ISIS como noveno exportador entre los 10 más destacados de los Estados Productores de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP), por debajo de Arabia Saudita, Irak, Emiratos Árabes, Irán, Kuwait, Venezuela, Nigeria y Angola. Su producción, de entre 1,5 y 2 millones de barriles diarios (hay quienes dudan de que haya llegado a tanto o, al menos, de que haya mantenido esta capacidad por mucho tiempo), superaba la producción conjunta de Qatar, Ecuador y Libia, que ocupaban los siguientes tres puestos, respectivamente. Basta con hacer las cuentas para deducir la rentabilidad de este negocio para la organización.
Acorde a los rusos, tres rutas partían desde las entrañas del Califato hacia el exterior: la occidental, de la ciudad siria de Al Raqa a los puertos turcos del Mediterráneo en Dörtyol y Alejandreta, cruzando Alepo y Azaz; la septentrional, a lo largo de la provincia de Deir ez Zor y hasta la ciudad turca de Batman; y la que unía el noreste de Siria y parte de Irak con el poblado turco de Cizre. Todas, como se advierte, atravesaban la frontera turca en camiones cisterna u «oleoductos vivos» con la supuesta complicidad de Ankara. Rusia avaló sus denuncias con fotografías satelitales de caravanas de camiones y mapas.
La elección de las rutas tiene su lógica. ISIS se había aliado con clanes del norte sirio que dominaban todo tipo de contrabando desde mucho antes que la organización hiciera pie en aquel territorio. Y, en Irak, quienes conocían esos caminos clandestinos eran los miembros de la vieja Guardia Republicana de Saddam Hussein, caídos en desgracia tras la ocupación estadounidense y reclutados por los islamistas como su brazo guerrero.
Dos investigadores de la Universidad de Greenwich, Alec Coutroubis y George Kiourktsoglou, se concentraron en rastrear patrones del comercio de crudo en la zona y contrastarlos con los movimientos registrados entre julio de 2014 y febrero de 2015, en pleno apogeo de ISIS. Descubrieron que algunas de las posibles rutas coincidían con el esquema divulgado por Moscú y que hubo puntos máximos de actividad en esos ocho meses, parte de ellos mientras ISIS combatía en áreas petroleras de Siria y de Irak, como si el Califato necesitara de una mayor capitalización por la ofensiva. No obstante -aclararon-, no hay registro oficial que pueda comprobar la procedencia de ese crudo porque, al cruzar la frontera, se mezclaba con otros cargamentos.
También se cuidaron de endilgar responsabilidades al Gobierno turco por la falta de evidencias concluyentes, aunque no se limitaron a sugerir que, dado el cruce de variables y factores, era posible que el crudo del Califato hubiera desbordado en pequeñas cantidades hacia el resto del globo siguiendo esta ruta. De acuerdo al Financial Times, Israel, Chipre e Italia fueron los países que más crudo importaron desde Ceyhan durante ese período.

Sabotaje 
Consultado sobre el interés de los Estados Unidos en la guerra colombiana contra las drogas, el activista Stan Goff brindó una respuesta que dejó atónito a más de uno: «Petróleo». «Se trata de defender operaciones de la Oxy Oil, la British Petroleum y la Texas, y asegurar control en los futuros campos colombianos. Las operaciones antinarcóticos de entrenamiento eran una mentira de las Fuerzas Especiales. Ahora, tampoco creo que se estén preparando batallones antinarcóticos sino antiguerrilla. No hay cambios sobre lo que enseñamos en Vietnam, Guatemala, El Salvador u Honduras, donde siempre entrenamos para pelear contra guerrillas comunistas», opinó en 2000, en una entrevista que circula por la web.
Goff es un viejo miembro de las Fuerzas Especiales de los Estados Unidos que proveyeron de equipos y entrenamiento a las tropas locales en el marco del Plan Colombia. Tras darse de baja, en 1996, se enroló en Democracy South, una organización de la sociedad civil con una fuerte impronta en la transparencia política. Para fundamentar sus dichos, Goff hizo foco en los múltiples lazos que unían a ambos candidatos a la Casa Blanca de aquel momento, Al Gore y George W. Bush, con el establishment petrolero.
Diecisiete años después, los Estados Unidos pasó de ser el principal importador de crudo a vender combustible al mundo -Colombia fue el noveno importador en su lista en 2016, según cifras del Departamento de Comercio- y las guerrillas se encuentran en pleno proceso de negociación de paz -el Ejército de Liberación Nacional (ELN)- o de transformación en partido político -las FARC-, con miras a las elecciones de 2018. Aun así, y hasta último momento, sus sabotajes a oleoductos en la selva colombiana le han valido cientos de miles de dólares en pérdidas comerciales y el consiguiente daño ambiental. No es la única guerrilla latinoamericana que apeló a estas tácticas: en 1994, los maoístas de Sendero Luminoso dinamitaron un tramo del ducto Norperuano y la hemorragia alcanzó los 9.500 barriles.
«El emplazamiento de los recursos puede determinar cómo una organización desarrolla sus tácticas, al punto tal que una organización apunte contra áreas de aprovisionamiento o rutas de transporte si con ello logra provocar un daño al gobierno que combate», comenta Paul Rogers, académico en Estudios de la Paz de la Universidad de Bradford. Por su cercanía con el conflicto, recuerda que los «blancos económicos» formaban parte central de las acciones del Ejército Republicano Irlandés (IRA, en su sigla original), entre 1992 y 1997, como así también de los Tigres de Liberación de la Tierra Tamil y los saharauis del Frente Polisario, bloqueando las ventas de fosfato marroquíes, en la misma década.
A lo largo de su guerra independentista, el Movimiento Popular de Liberación de Angola se planteó la necesidad estratégica de controlar las redes petroleras para debilitar el dominio portugués. Para Lisboa, se trataba de un grupo terrorista que ponía en jaque el negocio en uno de los principales productores de crudo del continente. Entre 1969 y 1975, su ejército se ocupó de brindar seguridad a la Gulf Oil para expandir sus operaciones y duplicar sus beneficios, repartidos en partes iguales con Portugal. Tras la caída de la administración colonial, el gobierno del MPLA debió hacer frente a un nuevo enemigo, la guerrilla UNITA, que buscó su financiamiento en el mercado negro de diamantes, a la par que saboteó las áreas productoras de crudo para debilitar a su enemigo. De aquellas zonas provenía el 90% de las divisas.
No muy lejos de allí, en Sudán, el control del petróleo también dividió a un país y alimentó una guerra civil interminable, entre sur y norte, con un oleoducto de 1.540 km que trepaba desde los pozos petroleros meridionales a las plantas refinadoras de las regiones industrializadas. Más allá de las diferencias étnicas y religiosas -indispensables para entender la fractura-, el control de la riqueza del crudo determinó grados dispares de desa-rrollo entre los de «arriba» y los de «abajo», lo que desató el descontento y las acciones sureñas por dominar los recursos y ganancias de sus campos, atentando contra el ducto. En 2011, Sudán del Sur ganó su independencia pero no su paz, porque la guerra interna se ha relocalizado dentro de sus fronteras.

¿Complicidades?

El colectivo de activismo Oilwatch compila, en su reporte Guerra y Petróleo, una serie de casos en los que las grandes petroleras han sido acusadas de beneficiarse de la violencia emanada de la explotación del crudo en las regiones más marginales, pese a negarlo públicamente. «La presencia de recursos naturales, incluyendo petróleo y gas, en territorios indígenas, de minorías étnicas o en zonas donde se asientan grupos humanos que han sido tradicionalmente apartados del poder, han abierto conflictos internos que, en muchos casos, han degenerado en guerras civiles -sostiene el informe-. Los grupos dominantes han utilizado a estos territorios como fuentes de recursos, destruyendo la base de sobrevivencia de sus custodios tradicionales. En muchos casos, las empresas petroleras han alentado estos conflictos, apoyando a uno u otro actor, dependiendo del escenario que beneficie más a sus intereses.»
Citan, como ejemplo, la etnia de los Ijaw, en Nigeria, emplazados en el Delta del Río Níger donde la angloholandesa Shell se instaló en 1956. Los enfrentamientos entre sus dirigentes comunitarios y las fuerzas de seguridad, en respaldo de la empresa, han desencadenado un sinfín de denuncias contra el Gobierno por todo tipo de violaciones a los derechos humanos, desde torturas a asesinatos. Pero también han motivado el surgimiento de diversas organizaciones, entre ellas, la Fuerza de Voluntarios del Pueblo del Delta del Niger, un grupo organizado que ha disputado el dominio de los recursos petroleros con ataques a las redes de distribución.
Otro caso en la misma línea es el de la región de Aceh, en Indonesia. Allí fue la firma Mobil -luego ExxonMobil- la que debió enfrentar acusaciones públicas por apoyar la represión del denominado Movimiento para la Liberación de Aceh, un grupo secesionista que amenazaba sus operaciones. De aquellas zonas se extraía una tercera parte del gas y el petróleo del país, aunque el 40% de sus habitantes vivía bajo la línea de pobreza. Si bien el movimiento fue aplastado al poco de nacer, en 1976, revivió una década más tarde a partir de la efervescencia social que nunca se apagó en la región. Finalmente, ExxonMobil vendió sus operaciones a la petrolera estatal Pertamina y, si bien nunca negó la existencia de crímenes atroces y desapariciones, siempre sostuvo que no tenía responsabilidad alguna sobre el accionar del ejército de aquel país.
«El terrorismo puede tener un gran impacto local en la explotación de crudo, en lugares como Libia», señala Charles Doran, profesor de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados Johns Hopkins, en Washington. «Pese a ello, al existir hoy un aprovisionamiento tan vasto y estable a nivel global, las caídas en uno u otro lugar pueden contrabalancearse, a menudo, con el aumento de producción en otros -destaca-. Es cierto que los conflictos de larga data como la guerra civil en Nigeria o en el Golfo Pérsico pueden hacer sentir un impacto mayor. Sin embargo, aún en esos casos y en un mercado tan sobreabundante como el actual, la balanza no tarda en reequilibrarse y el precio vuelve pronto a la normalidad.»