Estados Unidos apuesta por el shale gas
Trump prometió revivir la industria carbonífera y comenzó por eliminar regulaciones que reducen las emisiones de carbón. Pero las centrales eléctricas prefieren utilizar gas o energías renovables baratas.
La estación generadora New Castle es una central eléctrica que resucitó de entre los muertos. El edificio de Pensilvania data de 1938 y sus espacios interiores reducidos dan la sensación de la sala de máquinas de un buque a vapor. En 2014, nuevas reglamentaciones ambientales quizás hayan marcado el final de la vieja central de carbón, situada en un área que votó masivamente a Donad Trump en las elecciones del año pasado.
Pero unos gruesos tubos amarillos envueltos sobre los antiguos equipos son signo de que la antigua planta aún tiene una función que cumplir. En vez de cerrar New Castle, la empresa propietaria de la planta -NRG Energy- decidió convertirla en dos centrales de carbón similares que funcionarán a gas.
La decisión evitó la pérdida de 40 puestos de trabajo en New Castle. «Las perspectivas de algunas de estas centrales [de carbón] eran bastante desoladoras», sostiene Mauricio Gutiérrez, director ejecutivo de NRG. «Ahora nos representan inversiones muy exitosas».
Además de reducir las emisiones, el cambio de combustible permitió que las centrales siguiesen siendo competitivas frente a las generadoras, gracias al gas de bajo costo que fluye en abundancia desde la formación de esquisto (shale) Marcellus Shale de la Cuenca de los Apalaches, el yacimiento gasífero más importante de Estados Unidos.
Sin embargo, las buenas noticias para los trabajadores de New Castle conllevan un mensaje no tan halagüeño para los mineros de carbón de Estados Unidos. Durante décadas, la central fue un cliente confiable de carbón estadounidense, con un flujo constante de camiones que llegaban para entregar combustible. Esa demanda ya no existe ni volverá jamás.
New Castle representa una tendencia que se ha generalizado en Estados Unidos desde que los precios del gas natural en el país empezaron a caer en picada en 2008: el cierre de las centrales de carbón y su reemplazo con alternativas de gas y energía renovables, entre las que se incluyen la energía eólica y la solar. El exceso de gas proveniente de la revolución del shale mantuvo los precios bajos, lo cual significa que la generación a gas suele ser más competitiva que las centrales de carbón. En 2010, Estados Unidos generó casi la mitad de su electricidad a partir del carbón. El año pasado, eso se redujo a un 30%.
Trump hizo una fuerte campaña para revivir la industria carbonífera del país. «Si gano, vamos a devolver el puesto de trabajo a esos mineros», dijo en un discurso en Virginia Occidental en mayo del año pasado.
El martes, Trump firmó un decreto ejecutivo para cumplir esa promesa. Puso en marcha procedimientos para eliminar gran parte del marco legal que su predecesor Barack Obama había implementado para abordar la amenaza del cambio climático. En particular, apuntó al Plan de Energía Limpia de Obama, las reglamentaciones que tenían por objeto reducir las emisiones de dióxido de carbono derivadas de la generación de electricidad, y que se esperaba que acelerasen el cierre de las centrales de carbón.
«Saben lo que dice, ¿no?» Trump preguntó al grupo de mineros que asistieron a la firma del decreto. «Van a recuperar su trabajo».
Sin embargo, lo cierto es que a pesar del anuncio de Trump, difícilmente se recuperen puestos de trabajo en la industria carbonífera. Como mucho, sus intentos de eliminar reglamentaciones podrían frenar la caída de la industria por un tiempo. Si el gobierno realmente quiere lograr que la minería de carbón de un vuelco, posiblemente deba adoptar ideas que han surgido en algunos estados y empezar a utilizar reglamentaciones y la ley para atacar a la energía renovable.