La crisis petrolera, internacional, llegó para quedarse

El crudo seguirá barato al menos por dos años y exige un plan de largo plazo.

«Hasta acá, los más beneficiados con todo esto fueron los proveedores de café y botellitas de agua mineral», bromeó un funcionario que suele asistir a las reuniones por la situación petrolera en Buenos Aires. Horas y horas de encuentros sólo consiguieron hasta aquí seguir poniendo parches a una realidad que todos conocen pero que pocos quieren admitir públicamente: la crisis está lejos de ser una tormenta pasajera y llegó para quedarse varios años.

Cualquier pronóstico futuro sobre los precios del petróleo y el gas debe ser tomado con pinzas. Alcanza para justificar esta afirmación el ejercicio contrafáctico: ni el más escéptico de los analistas predijo el derrumbe del 70% que arrastra el barril de crudo desde mediados del 2014. Sin embargo, con la excepción de ponderaciones extremas –como una improbable guerra entre Arabia Saudita e Irán– o la esperanza de que la caída de la producción del shale de Estados Unidos junto a los productores fuera de la Opep haga mermar la oferta, no existe ningún indicador objetivo que lleve a pensar en un rebote del crudo. Más aún, nadie se anima a arriesgar que los 30 dólares promedio de cotización de las últimas semanas sean su piso.

Esta semana, un estudio de la Agencia Internacional de Energía (EIA por sus siglas en inglés) sentenció que los bajos precios llegaron para quedarse. La principal razón sigue los preceptos más elementales de la economía: la oferta mundial de petróleo es mayor que la demanda, por lo que «sobran» 2 millones de barriles por día.

Del lado de la oferta nadie parece desacelerar la producción. Existe una esperanza que de que en su reunión en junio la OPEP pueda revisar sus niveles de extracción para hacer repuntar el precio, pero Arabia Saudita, la cabeza del cártel, parece cómoda con estos valores. Al contrario, tanto el reino árabe como Irak siguen aumentando su producción y encima habrá que sumarle a Irán, que entrará con fuerza al mercado este año luego del fin de las sanciones de Occidente por su plan global.

Sólo los países por fuera del organismo empiezan a mostrar una caída, que en enero se ubicó en medio millón de barriles día interanual. Ese nivel de baja es apena un cosquilleo ante la producción global que supera los 95 millones.

AÚN CON UNA MEJORA DEL PRECIO DEL GAS, ES IMPROBABLE QUE LA ACTIVIDAD REPUNTE. LA EXPECTATIVA ESTÁ PUESTA EN QUE SE MANTENGA, ALGO QUE TAMBIÉN SE PONE DIFÍCIL.

Un estudio de la Agencia Internacional de Energía (EIA por sus siglas en inglés) sentenció que los bajos precios llegaron para quedarse.

Del lado del consumo, los datos también son desalentadores. Según las proyecciones de la EIA, Brasil, Japón, México y todo el continente europeo (que representan alrededor de un 30% de las compras globales) demandarán entre 0,1 y casi 2 puntos menos de combustibles líquidos en el 2016 por la retracción de sus economías.

En tanto, Estados Unidos apenas tendrá un crecimiento de medio punto y China, si bien incrementará su consumo en el 2016, se estancará a partir del 2017.

DEL MUNDO A CASA

Con este panorama de fondo y aún con la certeza de que la crisis llegó para quedarse, el mundo petrolero local sigue promoviendo parches para salir del paso. El barril criollo, esa curiosa invención argentina que no registra ejemplos similares en todo el mundo, se creó a modo de paraguas para una tormenta pasajera. El problema es que la lluvia no para.

A más de un año de sostenerse esta política de incentivos, que sólo en el 2015 implicó 2.000 millones de dólares de transferencia de los consumidores al sector petrolero, la explicación política se hace cada vez más difícil. ¿Es justo que 40 millones de personas paguen uno de los combustibles más caros del mundo para sostener las ganancias de multinacionales como Exxon, Shell o Chevron? ¿Es correcto, además, que ese aporte se destine para pagar salarios que casi triplican los del nivel general según datos del Ministerio de Trabajo?

Por otro lado, hay quienes aseguran que con el combustible por las nubes se pierde una oportunidad histórica de potenciar sectores como el agro o el turismo. Sólo para hacer una comparación, en Estados Unidos el litro de nafta súper se ubica en los surtidores por debajo de los 4 pesos argentinos.

LOS PETROLEROS BUSCAN SOSTENER EL NIVEL DE EMPLEO A COSTA DE LAS SUSPENSIONES.

 

Esta política de incentivos, que sólo en el 2015 implicó 2.000 millones de dólares de transferencia de los consumidores al sector petrolero.

Del otro lado del mostrador sobran argumentos para sostener el barril criollo:

  • Evitar el derrumbe de una actividad que emplea a más de 50.000 personas y que representa más de la mitad de la economía de provincias como Neuquén y Chubut. A su vez, es una forma de mantener con vida los proyectos en Vaca Muerta, con la esperanza de no desandar el caro –a menudo deficitario– camino recorrido.
  • Producir en pesos para evitar comprar en dólares, aún a un costo más alto. Si se toma como referencia el barril criollo, el tipo de cambio supera los 32 pesos. Es el costo de no tener la máquina de imprimir moneda verde.
  • Impedir una suba de 3,2 puntos en el déficit fiscal nacional, que se provocaría por la menor recaudación vía impuestos si el precio del barril se sincera, tal como calculó el consultor Daniel Gerold.

Pero más allá de las voces a favor o en contra, no está claro que esta política, a la que se aferran con uñas y dientes gremios y gobiernos provinciales, pueda sostenerse por mucho tiempo. La coyuntura obliga a pensar un plan de largo plazo que sincere la situación para evitar una sangría mayor.

Atrás parece haber quedado, en ese sentido, la idea del ministro de Energía Juan José Aranguren de generar un esquema de actualización de precios automáticos. Una buena opción podría ser que el ahorro que genera al Estado la baja de precios en la importación de energía se destine a compensar una reducción del componente impositivo de los combustibles en el surtidor, que representa alrededor del 40% en todo el país y alrededor del 20% en la Patagonia.

La decisión del sindicato de petroleros de Neuquén de aceptar un plan de suspensiones por 90 días es apenas una bocanada de aire en medio del ahogo. ¿Alguien espera realmente que en tres meses la actividad repunte de tal modo que pueda incorporar plenamente a 20 equipos y 2.000 trabajadores? La esperanza está puesta en el gas, pero aún allí se presentan dudas. (Ver aparte)

Por otro lado, las petroleras operan con números rojos. Los valores reales del crudo en el mundo no sólo están por debajo del breakeven (punto en el que empiezan a dar ganancia) sino directamente del lifting cost (costo de levantar un barril). Si el petróleo de Vaca Muerta costara 30 dólares, YPF y el resto de las operadoras seguramente emularían a los chacareros que dejan la fruta en el árbol por falta de precio, con la ventaja de que el petróleo no se pudre.

Neuquén también tiene que asumir el contexto de «vacas flacas». La gran esperanza del shale -que el discurso oficial se encargó de insuflar a veces de forma desmedida- parece haber quedado en el freezer. Incluso, genera preocupación en el ámbito privado el impacto que tendrá en el consumo la pérdida de poder adquisitivo del sector petrolero. Evitar despidos será una cuestión prioritaria para la gestión de Omar Gutiérrez, quien tendrá el desafío de pensar para adelante cómo generar mecanismos anticíclicos que sirvan de colchón para evitar el golpe. Después de todo, aquellos duros años que se vivieron durante la última gestión de Felipe Sapag, cuando el crudo llegó a los 9 dólares, ya no parecen estar tan lejos.